martes, 16 de octubre de 2012

Intervención de J.R. Ónega en la Universidad de Rennes


El Delegado de la Xunta en su intervención en la Universidad de Rennes

Dignas Autoridades académicas, Sras. y Sres:

Permítanme que como Delegado del Gobierno Autonómico de Galicia y en representación de este colectivo de gallegos que visitamos Bretaña, les exprese nuestro agradecimiento por ser recibidos en esta Universidad de Rennes, de tanto prestigio y fama. La Universidad será siempre el corazón de los pueblos porque en su entraña late la cultura y el espíritu del saber universal. Una parte de los que estamos aquí somos titulados universitarios, en buena porción Doctores y Licenciados por la Universidad de Santiago de Compostela, capital política y administrativa de Galicia y destino universal del mundo cristiano como sepulcro del Apóstol. Estamos vivamente emocionados por estar aquí en esta hermosa tierra de Bretaña, tan similar a la nuestra de Galicia. Nos sentimos en casa.

Los gallegos siempre nos hemos asomado al mar porque somos un  pueblo emigrante y  viajero de todas las rutas. El LIBRO DE LAS INVASIONES,  relato irlandés del siglo XII, cuenta que Ith, hijo de Breogán, caudillo celta y padre la nación gallega, contemplaba el mar un día claro de invierno desde lo alto del faro de la Torre de Hércules. Desde allí, vio en la lejanía una hermosa tierra verde, Irlanda, y decidió reconocerla. Cuando desembarcó en  Eire los nativos le asesinaron. Le vengó su hermano, que creó un nuevo reino. Canta el poeta Caemhan que la gente que partió de España para poblar Irlanda era de la poderosa raza Gaedheal. Es seguro que en aquel periplo marítimo tuvo que hacer parada y aguada en estas  hermosas costas de Bretaña.

Permítanme que siga buceando en la Historia  evocando ahora una aldea de Galicia, en la provincia de Lugo, llamada Bretoña, donde se hallan mis raíces familiares. Bretoña- fíjense en la similitud del vocablo con el de Bretaña- fue antigua sede episcopal  a finales del siglo V, en la que se establece, según Duchesne, la Iglesia céltico-cristiana. Su nacimiento está relacionado con la migración de la población bretona que huyó de las Islas Británicas al continente europeo por la invasión anglosajona. La península de Armórica y la costa septentrional de España fueron sus destinos. Los bretones llegaron a Gallaecia guiados por sus jefes locales, acompañados por miembros destacados de su Iglesia. Ocuparon un territorio en la costa gallega,  desde Ferrol al rio Navia, y se establecieron en Bretoña. La existencia de esta comunidad bretona en Galicia se registra en un documento excepcional: Divisio Thedomiri o Parroquial Sueva.

Asimismo, en las actas de los Concilios del siglo VI, aparece firmando el obispo Mailoc de clara resonancia celta. Britonia fue destruida por la invasión vikinga en  el siglo X, pero quedan noticias y huellas. Un documento del año 1233 se refiere a las heredades  pertenecientes a “aquellos hombres que eran llamados britones o biortos y aquellas mujeres que se llamaban Chavellas”.

Como es de ver, si no somos hermanos, al menos debemos ser parientes.

Hoy en Bretoña se celebra la Fiesta celta con la ceremonia pagana de casamiento del dios Lug.  No es menester señalar que la actual capital de la provincia de Lugo, trae su topónimo de esta deidad.

Nos sentimos, pues, vivamente emocionados, y les rogamos acepten nuestro agradecimiento más sincero por recibirnos  aquí. Estas bellísimas tierras bretonas de mito y sueño, tierra sagrada de los antepasados, nos parecen hogar en el que sigue habitando la luz deslumbrante de los nuestros.  Como universitario, doctor en Derecho y abogado, en nombre de este colectivo gallego, acepten nuestro afectuoso agradecimiento al ser recibidos en esta Institución, templo del saber  y conocimiento, como es esta Universidad de Rennes.

No quisiera terminar mis palabras sin aludir al señor Pierre Juben que tanto está haciendo por las relaciones entre Galicia y Bretaña, y al que expresamos nuestro agradecimiento por su fructífera labor y trabajo. También a la Dra. Blanca García Fernández Albalá, arqueóloga, que nos facilita su colaboración y amistad.

Muchas gracias por su afecto y amistad.

miércoles, 10 de octubre de 2012

José Ramón Ónega: Crónica leve de un viaje a Bretaña


Abadía de Mont Saint Michel, entre Bretaña y Normadía (foto: JCT)

Gorki escribió que suspiramos por la belleza y soñamos mundos desconocidos. Acabo de llegar de Bretaña y conservo en la retina la bruma mágica de esta tierra hermana de Galicia. 

Tengo la sensación de haber viajado a un país de ensueño habitado por hombres míticos hermanos nuestros de sangre y leche. Contemplé emocionado bosques de carballos, alisos y castaños como los de nuestras aldeas. Vacadas en los prados que se confundían con las llanuras apacibles de mi Chaira. La lluvia mansa de los atardeceres. El carácter afable y reposado de los lugareños. El dulce acento bretón de sus mujeres. Las flechas de los templos sosteniendo el cielo. Los acantilados bravíos. Los ríos rumorosos. La asombrosa majestad del Mont St. Michel. Las murallas de St. Malo. Las casas de adobe y madera de Dinan. La costa del granito rosa imitación de los mármoles de Porriño. El encanto de Perros de Guirec. Los  calvarios bretones de Guimilau y Pleyben. Los menhires míticos de Carnac. Brest, destruída por las bombas homicidas de la II Guerra Mundial, hoy arsenal de la Marina de guerra francesa. La península de Crozon. En fín, Quimper, Morbihan, Vannes, Nantes, Anger. Incluso la Normanía.

Entre tanta belleza, historia, viejas murallas, fortines y ríos rememoré al mestre Castelao, que recorrió el país bretón dibujando las cruces de piedra. Le veía en los recintos parroquiales con sus lápices, su mirada atenta al pasado, soñando lejanías, orígenes y mitos de un pueblo hermano del gallego. ¡Cuánto debió soñar en estos pajes encantados Alfonso Daniel Manuel Rodriguez Castelao, hijo de Rianxo, que en Compostela se hizo médico, hacía caricaturas de los catedráticos y tocaba en la tuna!. “Fíxenme médico por amor a meu pai; non exerzo a profesión por amor á humanidade”, dijo con fino humor galaico.

En los misteriosos menhires de Carnac, soñé la historia de Bretoña, en la Pastoriza lucense. Lo expliqué en la Universidad de Rennes y lo reiteré en el Ayuntamiento de Brest, así como en el Centre de Recherche Breton et Celtique, institución modélica con especialistas como Jakez Gaucher, Philippe Jarnoux, Patrick Malrieu. O la eficaz labor de Pierre Joubin, heredero de Robert Omnes, que dedica su vida al acercamiento Galicia-Bretaña. En A Pastoriza, gobernada por los abades de Meira, solar de mis antepasados y cuna de mis amigos Carlos Reigosa y Pilar Falcón, que ejercen alto periodismo en Madrid, se asentó un colectivo bretón en el siglo V. Huidos de las Islas Británicas por la invasión anglosajona se refugiaron en la península Armórica y en la costa septentrional de España. Con sus jefes y miembros de su Iglesia, ocuparon un territorio, desde Ferrol al río Navia. En los concilios del siglo VI figura el obispo Mailoc. La existencia de esta comunidad bretona está probada, en el siglo XII, por la Divisio Theodomiri o Parroquial Sueva. Bretoña fue destruída en el siglo X por los vikingos pero quedaron huellas de los bretones. Un documento del 1233 alude a las heredades de “hombres llamados Britones o Biortos y mujeres llamadas Chavellas”. Les dije a los bretones que si no éramos hermanos al menos seríamos primos. Confirmaron esto las gaitas de Alcobendas dirigidas por Carracedo y las del ayuntamiento de Brest que tocaron aires hermanos.

En este viaje participamos 62 gallegos. En la iniciativa debida al espíritu emprendedor de Carlos de Blas, de la Orden da Vieira, florece un sueño de honda fraternidad. Decía Abernathy, que se puede matar al soñador, pero no el sueño. Con De Blas, ejercen gestión, Maricarmen, Cerdeira, Mariló, Adela, Cadenas, Pardo, Andrés, Fernando, Blanca G. Fernández- Albalát, Carmen Novoa, Cachafeiro, Lombardero y un largo etcétera. Son misioneros de la Galicia viajera y peregrina que sin subvenciones ni prebendas hacen amistad y camino. La embajada se enriqueció con la presencia, así mismo, de gallegos eminentes como el  oncólogo Dr. Pérez Vázquez, el penalista Prof. Rodriguez Mourullo, el ingeniero Julio Lage, con sus esposas Elena, Matusa y Maribel. Propuse a las autoridades bretonas programas de cooperación, intercambio cultural, cooperación técnica, comercial e industrial. Los buenos deseos hay que apoyarlos con realidades palpables y acciones concretas en materias de interés para ambas regiones. La política es esto. O debería.


lunes, 8 de octubre de 2012

Fotos del viaje de la EOV a Bretaña



Los interesados podéis encontrar la primera entrega de las fotos del viaje a Bretaña (las correspondientes al acto de Rennes) en EOV Foto BLOG. ¡Que las disfrutéis!

domingo, 7 de octubre de 2012

José Cerdeira: Los recintos parroquiales de Bretaña

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Recinto parroquial de Guimiliau

Predicen los mejores agüeros que, pasado Beltane, los gallegos amigos de la cultura celta nos reuniremos en la Bretaña francesa. Y Bretaña no es un sitio cualquiera. Como Galway o San Andrés de Teixido, Bretaña es un lugar que imprime carácter. Quienes la hemos hollado, nunca podremos olvidarla. Hay algo en ella que nos parece familiar. Cierto, cualquier sitio con lluvia y con  toxos me recuerda a mi tierra. Pero en Bretaña hay algo más, algo que está en el espíritu de las cosas y de las gentes, algo que te engaña y te confunde haciéndote creer que ya habías estado allí anteriormente. Bretaña es uno de esos sitios que no te dejan indiferente. Prepárate porque… Beltane está ya próximo.


La primavera es la mejor época para visitar Bretaña. Es entonces cuando las tierras onduladas de la zona, frecuentemente envueltas en brumas y siempre regadas por lluvias abundantes, se cubren de un verde manto de vida, salpicado aquí y allá por las manchas amarillas de las flores de los toxos y de las xestas. Sus límpidos arroyos de aguas turbulentas zigzaguean hasta formar ríos caudalosos, aunque siempre cortos, y los viejos robles, cubiertos de líquenes y musgo, parecen revivir del largo y duro invierno. Las costas recortadas se hacen mar en una explosión de agua y espuma y las gaviotas, de colores blancos y grises, sobrevuelan los pequeños barcos de pesca en busca de su alimento cotidiano. Bretaña es mar y tierra, verdes y azules fundidos en infinitas tonalidades, húmedos bosques y gente… ¡ah!, ¿nos habíamos olvidado de sus gentes?

Cuando los romanos llegaron a estas tierras, sus habitantes tuvieron que retirarse hacia las zonas más inaccesibles y aisladas. Aquí, como en un preludio de lo que sería las aldeas galas de los geniales Goscigny y Uderzo, resistieron heroicamente la imposición cultural y consiguieron mantener sus viejas tradiciones, sus creencias y su lengua. Siglos más tarde, cuando saxos y anglos desembarcaron en Gran Bretaña y, de este a oeste, se fueron apoderando de la isla, sus habitantes fueron empujados hacia el mar occidental y tuvieron que refugiarse en los finisterres de Escocia, Gales, Cornualles… o embarcarse camino de Irlanda, Galicia (recordemos Britonia, en Lugo) y, sobre todo, hacia el finisterre galo al que bautizaron como Bretaña. Aquí, en estas tierras de acogida, encontraron hermanos de lengua y cultura con los que se fusionaron y con los que formaron una identidad política y cultural, Breizh, que daría lugar al reino de Bretaña, convertido más tarde en el ducado del mismo nombre.

Cuando el viajero recorre los accidentados caminos de Bretaña, se adentra inexorablemente en la vieja cultura celta. Aquí y allá aparecen las grandiosas piedras inhiestas, como el increíble alineamiento de Carnac con sus 2.934 mehires, las antiguas leyendas artúricas, reforzadas por la llegada de los celtas de Gran Bretaña, el amor por sus tierras y sus bosques, la admirable convivencia con la muerte y las cruces de los caminos.

Aunque la Bretaña francesa acabó perdiendo su autonomía política y fusionándose en el poderoso reino franco, su integración cultural nunca fue tan fuerte. Sus difíciles comunicaciones con el continente y la profunda convivencia con el mar a la que le obligaban sus 1.200 kilómetros de costa, le permitieron desarrollar una economía propia que alcanzó su apogeo con el negocio del lino y del esparto, entre los siglos XVI y XVII. Su comercio fue tan importante que, en los siglos mencionados, la lengua bretona era una lengua franca tan importante internacionalmente como el propio inglés o el español. Fruto de esa riqueza generada por el comercio textil fue el engrandecimiento de villas y ciudades que rivalizaron entre sí en la construcción de nuevos edificios y de grandioso y bellísimos monumentos religiosos.

Habíamos mencionado las cruces de piedra en las intersecciones de los caminos. Con la llegada del cristianismo, estas cruces fueron tomando un simbolismo religioso y se fueron acercando a los pueblos y a las iglesias. En sus costados aparecieron las efigies de cristo crucificado y la de su madre, la virgen María, en posiciones diversas como vemos en nuestros viejos cruceiros gallegos. Sin embargo, la riqueza de las villas bretonas las condujo a rivalizar en la grandiosidad de estas primeras cruces que, poco a poco, se fueron convirtiendo en calvarios completos, escenas en las que no sólo aparecía Cristo crucificado sino también los dos ladrones y todos los personajes que la Biblia y la iconografía tradicional mencionan como presentes en el acto de la crucifixión. Nacía así el “enclos paroissial”, el conjunto monumental más típico de las villas bretonas.

Quien no ha visto los admirables calvarios bretones, no ha visto Bretaña. Los conjuntos de St-Thégonnec, Guimiliau, Lampaul-Guimiliau, Pleyben, Commana, Plougastel-Daoulas y tantos más incitan a largas discusiones sobre las cualidades de uno y otro, sobre cual destaca sobre sus vecinos, sobre cual es el más rico y refinado de todos. Pero, antes de iniciar la discusión, demos un somero repaso a los elementos fundamentales de estos conjuntos y a su estructura básica.

Como es lógico, estos conjuntos parroquiales se construyen al lado de una iglesia, la iglesia parroquial, que forma, por tanto, el primer elemento del conjunto. Al lado de la iglesia, en lo que podría ser el atrio, suele haber un pequeño cementerio, con sus viejas tumbas de labradas lápidas de granito. Claro que, al ser el espacio insuficiente, en algún momento tiene que aparecer el osario, el sitio a donde llevar las cenizas de los difuntos cuyo espacio es necesario para los nuevos enterramientos, y que constituye el tercer elemento del conjunto.

Por supuesto, está también el lugar del crucero, aquí sustituido por todo un conjunto de cruces y figuras que forman un “calvario” entero. Los calvarios son una explosión artística de los viejos menhires celtas, ahora fundidos con las cristianizadas cruces de los caminos, que se han convertido en auténticas biblias de piedra para los iletrados de la época. Los personajes representados, a veces más de doscientos, se agrupan sin un orden concreto, más bien a criterio de la inspiración del artista, formando unos grupos abigarrados de figuras entre las que aparecen tanto los personajes bíblicos como los santos locales. Tendremos que repetirlo, quien no ha visto un calvario, no ha visto Bretaña.

Todos los elementos descritos suelen estar rodeados por un muro perimetral que marca el “témenos” o recinto sagrado. Quedan, claro está, los accesos, muchas veces en forma de puertas monumentales que, para marcar la separación con el mundo exterior, suelen ir precedidas de una breve escalinata. Estas puertas, sumamente decoradas, conforman una especie de pasaje al más allá, una conexión del mundo de los vivos con el de los muertos, unos mundos que en ningún lado están tan próximos como en la cultura celta.

Más allá de los pueblos, está el paisaje, un paisaje verde y brumoso, de amplias praderas y angostos caminos. En Bretaña, las montañas son suaves, la ganadería abundante, los bosques umbríos y misteriosos. En primavera, los robledales recuperan su vigor ancestral, y los druidas, con sus hoces de oro, parecen deambular en su espesura en busca del mágico muérdago, recitando antiguos ensalmos de vida y de muerte. En los claros, como hitos de otros tiempos, pueden verse viejos bolos graníticos, a veces de color rosa, y grandes piedras derechas que alcanzan su paroxismo en el extenso bosque pétreo de Carnac.

Ciertamente, la entrada en la Bretaña francesa puede ser equívoca. Al menor descuido, el viajero se cree estar en cualquier finisterre gallego, rodeado de erosionados roquedos graníticos y de lujuriantes bosques de los que parecen salir lamentos de ninfas prisioneras y de espíritus caminantes deambulando en forma de santa compaña. Sí, no hay duda, la Bretaña francesa es un asunto de familia.